Corrientes Católica

Homilía,Misa de la Peregrinación de los Trabajadores

Homilía,Misa de la Peregrinación de los Trabajadores

San Cayetano, 6 de agosto de 2017

La Peregrinación de los Trabajadores, que empezó llamándose “marcha” y luego se familiarizó con el título de “peregrinación”, es una verdadera gracia, ante todo, para los trabajadores, porque son ellos los primeros convocados a realizar esta peregrinación; sin embargo, el trabajo está estrechamente ligado al empresario, que también tiene que ser un trabajador; al sindicalista, quien debe ser un ejemplo de hombre que trabaja en bien de aquellos a quienes representa; el desempleado que padece la falta de trabajo; y en definitiva, todo esto impacta fuertemente en la familia y en toda la comunidad. De esta manera, la Peregrinación de los Trabajadores convoca a la familia y a la comunidad toda.

Pero para colocarnos en el foco de luz, que nos ayude a ver mejor, dejemos que la Palabra de Dios nos ilumine. Las tres lecturas que escuchamos orientan nuestra mirada hacia Jesús. El profeta Daniel, varios siglos antes de Cristo, comparte una visión en la que “en las nubes del cielo venía como un Hijo de hombre (…) a él se le dio el poder, el honor y el reino, y todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieron”. Luego, en la segunda lectura, oímos el testimonio del apóstol Pedro: “No les hicimos conocer el poder y la Venida de nuestro Señor Jesucristo basados en fábulas ingeniosamente inventadas, sino como testigos oculares de su grandeza (…) Nosotros oímos esta voz que venía del cielo, mientras estábamos con él en la montaña santa”.

Y a continuación viene el Evangelio que hace referencia a ese acontecimiento que experimentaron los tres discípulos, a los que Jesús invitó para que lo acompañaran al monte donde se transfiguró ante ellos. Tal fue la felicidad de estos hombres, que querían quedarse allí y con él para siempre. Sin embargo, esa experiencia no debía aislarlos de la vida cotidiana con sus inevitables fatigas y responsabilidades, sino más bien, servirles de aliento, sabiendo que, de la mano de Jesús y siguiendo sus pasos, llegarían, aun en medio de muchas dificultades, a la meta que anhela alcanzar todo peregrino: Dios, como el lugar del encuentro, de la alegría y de la paz. La voz del cielo nos orienta hacia Jesús: “Este es mi Hijo muy querido, escúchenlo”.

Para encauzar bien y en la dirección correcta todas las expresiones de nuestra vida social, incluido el trabajo como responsabilidad tanto de trabajadores, como de sindicalistas y de empresarios, no podemos prescindir de Dios. Si lo desalojáramos de la vida pública y lo arrinconáramos a la vida privada de los individuos, nos veríamos despojados de una luz indispensable para comprender la dignidad de toda persona, el verdadero valor del trabajo y la finalidad humanizadora que debe tener el capital. En una entrevista, el papa Francisco, dijo que “los lugares del trabajo y de los trabajadores son también lugares del pueblo de Dios. El diálogo en los lugares de trabajo no es menos importantes que el diálogo que hacemos en las parroquias o en los solemnes centros de convenciones, porque los lugares de la Iglesia son los lugares de la vida, y por lo tanto también las plazas y las fábricas son lugares de la Iglesia”.

Como peregrinos trabajadores, que en cierto sentido lo somos todos, porque nadie puede excluirse de prestar algún servicio a la comunidad, aun aquellos que a los ojos del mundo son considerados material descartable, como puede ser los ancianos, los pobres, los disminuidos, también ellos poseen un “capital” humano para brindar en el camino hacia la madurez del amor y de la fraternidad, al que todos estamos llamados. Ahora miremos a nuestro santo y preguntémonos ¿qué tiene para decirnos San Cayetano en esta fiesta de la fe y del trabajo? En todos nosotros está la convicción de que el Santo del pan y del trabajo es un poderoso intercesor, que nos ayuda a dar gracias a Dios por el trabajo; y a la vez, nos inspira una gran confianza porque recurrimos a él para que nos ayude a conseguir trabajo y poder llevar el pan a la mesa. Es muy importante que seamos agradecidos a Dios por medio de nuestro patrono, y también humildes para suplicar que él interceda por nosotros. Sin embargo, no es suficiente. A todo ello, debemos añadir el ejemplo de su vida santa, que tiene como finalidad movernos interiormente, para que vivamos mejor nuestro compromiso cristiano, es decir, para ser más santos, más misericordiosos y más generosos, todos, trabajadores, empresarios y sindicalistas.

San Cayetano, que era de una familia noble y de buena posición económica, se especializó en ambos derechos, civil y eclesiástico, dedicándose a ese trabajo por varios años. Pero luego, dedicó la mayor parte de su vida a ayudar y servir personalmente a los pobres y enfermos, con una entrega heroica hacia aquellos pacientes de las enfermedades repugnantes. Por eso, él solía decir que “en el oratorio rendimos a Dios el homenaje de la adoración, en el hospital le encontramos personalmente”. No es extraño, pues, que su inteligencia y su sensibilidad hacia el prójimo necesitado le hayan despertado la idea de promover los “Montes de Piedad” para liberar de la miseria a los pobres y marginados. Esa iniciativa era una especie de crédito sin intereses, que protegía a la gente más pobre de los usureros que los hubo siempre y los sigue habiendo, aprovechándose de los más desprotegidos.

Cuando un hombre centra adecuadamente su vida en Dios, inmediatamente ve la necesidad que hay alrededor de él, y se pone a trabajar para aliviar el sufrimiento de los más débiles y abandonados. Esa centralidad en Dios, que se nos revela en San Cayetano, la podemos leer también en un breve trozo de la carta que le escribe a Elisabet Porto, una gran amiga suya: “Ten por cierto que nosotros somos peregrinos y viajeros en este mundo: nuestra patria es el cielo; el que se engríe se desvía del camino y corre hacia la muerte. Mientras vivimos en este mundo, debemos ganarnos la vida eterna, cosa que no podemos hacer por nosotros solos, ya que la perdimos por el pecado, pero Jesucristo nos la recuperó. Por esto, debemos siempre darle gracias, amarlo, obedecerlo y hacer todo cuanto nos sea posible por estar siempre unidos a él”.  

En esta nueva edición de la peregrinación de los trabajadores, con San Cayetano peregrino entre nosotros, renovemos nuestra fe en Jesús y nuestro compromiso misionero, disponiéndonos a ayudar al que lo necesita, colaborando en las acciones que tienden a aliviar a los más pobres, a los niños y a los ancianos. Agradecidos a Dios, pongamos en el altar los dones, que son frutos de la tierra y del trabajo del hombre, que expresan a la vez los gozos y las fatigas de cada día, sin perder de vista jamás que nuestra peregrinación terrestre culmina en el cielo, que ya se anticipa en la tierra, cuando nos tomamos de la mano y juntos cuidamos de que a nadie le falte lo necesario para una vida digna. Amén.

Mons. Andrés Stanovnik OFMCap.

Arzobispo de Corrientes

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