Corrientes Católica

Homilía en la Misa de vísperas de la fiesta de San Ignacio de Loyola

Homilía en la Misa de vísperas de la fiesta de San Ignacio de Loyola  Domingo XVII, ciclo A

Corrientes, 30 de julio de 2017

Estamos celebrando esta Eucaristía en las vísperas de la fiesta de San Ignacio de Loyola, fundador de la Compañía de Jesús, en este templo que está providencialmente bajo la advocación de Jesús Nazareno, y a cargo de los padres jesuitas, que en su etimología hace referencia a los compañeros de Jesús, los que andan con Él. Todo nos habla de Jesús y nos invita a orientar nuestra mirada y nuestro corazón hacia Él.

Entonces, la mejor respuesta que le podemos dar es escucharlo, pedir luces al Espíritu Santo para comprender lo que oímos, y la gracia para recibirlo a Jesús en nuestra compañía. Vayamos, entonces, a la Palabra que hoy hemos escuchado. La primera lectura nos presentó al rey Salomón necesitado y en apuros. Como le suele suceder a un gobernante en apuros, recurre a Dios para suplicarle que le aumente su poderío, le conceda victorias sobre el enemigo o lo proteja de los peligros. Sin embargo, él se inclina a implorar por algo que es mucho más importante que eso, y se dirige a Dios pidiéndole la gracia de tener un corazón compasivo y sabiduría. Demos un salto histórico desde Salomón a Jesús, y contemplemos en Él la compasión y la sabiduría de Dios reveladas maravillosa y plenamente en su persona: Jesús es la compasión y la sabiduría de Dios. Nosotros que recibimos este mensaje, queremos andar en su compañía y como discípulos suyos, pedirle que nos dé un corazón compasivo y sabio, semejante al de Él.

Así lo vivieron Ignacio y sus compañeros, dejándonos, además del testimonio personal, unos criterios como para discernir la voz de Jesús que nos llama a andar en su compañía, de otras voces que nos distraen y entretienen en caminos aparentes, pero que no llevan a ninguna parte. Discernir es, entonces, escuchar, obedecer y ponerse en camino de misión. Eso es pasar de una fe infantil a una fe adulta, cuya señal inconfundible es dar vida, salir de la obsesiva atención a sí mismo, para caminar en comunión al servicio de los otros, especialmente de los más pobres y de los alejados. Pero en compañía de Jesús, porque es Él el que da sentido y hace luminoso el servicio a los demás.

El rey Salomón –un destacado icono de la sabiduría para el pueblo elegido de Dios y un ejemplo cabal de discernimiento– nos enseña que el don más importante que nos ayuda a asumir y llevar bien las responsabilidades que tenemos en la vida, es contar con la compasión y la sabiduría, a las que hoy podríamos traducir como misericordia y sabiduría. Pero para comprenderlas en toda su dimensión, debemos contemplarlas en la persona de Jesús, porque Él es el rostro de la misericordia y la sabiduría del Padre, y suplicar la gracia de renovar nuestro encuentro con Él, alegrarnos por ser discípulos que viven en su compañía y desean asemejarse cada vez más a Él; y comprometernos valientemente a ser sus misioneros en los ambientes en los que nos desempeñamos diariamente.

Con las parábolas de Jesús, continuamos aprendiendo a discernir lo que es importante y a lo que vale la pena dedicar la vida. Las parábolas se refieren al Reino de los Cielos, que fue el motivo principal de la predicación de Jesús. No estás lejos del Reino de Dios, le dijo Jesús al escriba que le preguntó sobre el mandamiento principal (Mc 12,34). El Reino de Dios o Reino de  los Cielos, es ese modo de vivir cotidiano en el que Dios es verdaderamente el centro de nuestros pensamientos, donde dejamos que sea Él quien modele nuestros sentimientos, y todo ello se concrete en conductas evangélicas y en obras de misericordia. De allí que Jesús resuma la sabiduría de la Ley y los Profetas en amar a Dios intensamente y al prójimo como a uno mismo. Quien descubre esto, es decir, quien realiza un correcto discernimiento  en la vida, es el que compra ese tesoro, o esa perla y deja todo lo demás. Esa es la sabiduría de Dios y la compasión que tiene por sus criaturas, de las que nos hace participar para construir con Él el Reino de Dios, que llegará a su plenitud al final de los tiempos, pero que no tiene otro lugar para su desarrollo si no es en la concreta historia de los hombres.

En esa historia se mezcla gracia y pecado, simbolizada en las palabras de Jesús con los peces buenos y los peces malos. El Reino de Dios se va abriendo camino en medio de la maleza y, de acuerdo con Jesús, al final se recogerá lo que sirve y se tirará lo que no sirve. Pero no le corresponde a los hombres ese juicio, sino a los ángeles, que son lo que van a separar a los malos entre los justos. Lo que nos corresponde a los hombres es discernir la paja del trigo, la cizaña de la buena semilla. Pero, atención, la palabra de Dios amonesta a los peones que querían arrancar la cizaña para dejar limpio el campo de maleza, como lo escuchamos el domingo pasado. Esa actitud violenta no es la estrategia que corresponde al que anda en compañía de Jesús. Es, en todo caso, el modo de pensar y de conducirse de la persona autoritaria; el método que adopta el gobernante dictador; es la manera de pensar del que se cierra en una ideología; del inseguro, en el fondo, de aquel que incapaz de escuchar, de dialogar, de tener paciencia; esa la paciencia de los humildes y, por consiguiente, de los verdaderamente fuertes, porque es la paciencia que proviene de la caridad que es Dios.

“¿Comprendieron todo esto?”, le pregunta Jesús a la multitud que lo estaba escuchando. “Sí”, le respondieron. Pidamos también nosotros la gracia de comprender y la fortaleza para actuar como cristianos en el ambiente que nos toca vivir. Empezando por los vínculos más cercanos, como son los que vivimos en la pareja, en la familia y luego en los demás lugares, sobre todo en el trabajo y en la calle, donde, con frecuencia, la comprensión y la aplicación de la Palabra de Dios se hace cuesta arriba. Pero no olvidemos la palabra de aliento que dirige san Pablo a los cristianos de Roma: “Sabemos que Dios dispone todas las cosas para el bien de los que lo aman, de aquéllos que  Él llamó según su designio”, a lo que nosotros podemos añadir, a los que fuimos llamados a andar en compañía de Jesús, para que se refleje en nosotros su estilo de extender el Reino de Dios en la tierra, Reino que llegará a su plenitud al final de los tiempos. Por eso, de nada sirve pretender adelantarlo con fanatismos y violencias. Es un Reino que crece impulsado por la compasión y la sabiduría en aquellos discípulos y discípulas que se animan a posponer todo y a relativizarlo todo, adquiriendo el tesoro escondido en el campo, que no es otro que Jesús resucitado y su Buena Noticia.

En las vísperas de la fiesta de San Ignacio de Loyola, damos ante todo gracias a Dios por invitarnos a caminar en compañía de Jesús, y suplicarle que nos enseñe, como lo hizo la Virgen María, a escuchar la voz del Espíritu y ser dóciles en seguir sus inspiraciones. Amén.

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