La Navidad es Dios familia, es encuentro, cercanía, aun para el que está solo, triste, angustiado. Navidad es Dios que se acerca a todos y a cada uno, desea abrazarnos, y en ese abrazo devolvernos la paz, la alegría y la esperanza. Dios nos sorprende con su estilo único, sencillo, cercano, tierno y extremadamente confiado en nosotros. La Navidad, es el cielo que baja a la tierra y la tierra que se eleva hacia el cielo. Sin la Navidad, la tierra queda desolada y los hombres abandonados a su propia suerte.
La Navidad nos explica. Si queremos responder a la pregunta qué es el ser humano, o más en concreto, quién soy, para qué estoy, y hacia dónde voy, asomémonos al pesebre, allí está la respuesta. Si queremos saber cuál es el camino por el cual que estamos llamados a transitar en la vida hombres y mujeres, observemos en el pesebre el sendero que emprende Dios en medio de nosotros. Lo que sucede en la Navidad es obra de Dios y no de los hombres, una obra maravillosa de Dios para los hombres. De nosotros depende si le abrimos las puertas para recibirlo en nuestro corazón, dejarlo que ocupe el lugar central en la vida de pareja, en la familia, en nuestro pueblo. De nosotros depende si se convierte en cultura, como lo han hecho nuestros padres y abuelos, haciendo pesebres con los materiales que tenían a más a mano. Eso es precisamente lo que Dios hizo: con el pobre barro que somos se “embarró” también él, y así nos abrió un camino de esperanza.
La Navidad es esperanza. Si contemplamos el cuadro que se nos presenta en el pesebre, profundamente humano y divino a la vez, descubrimos algo maravilloso: que a pesar de la absurda violencia que provocamos y que padecemos, Dios sigue creyendo en la humanidad, continúa confiando en que vos y yo podemos cambiar. Pero para eso es necesario renunciar al poder que aplasta y a la omnipotencia que aísla. La luz para comprender esto está en el pesebre: es Jesús. Él es el camino para el encuentro con los otros y con Dios. No hay un foco de luz más potente en la historia de la humanidad, para indicarnos el camino hacia dónde tenemos que ir para no equivocarnos y destruirnos, que el Niño acostado en el pesebre, envuelto en pañales y cuidado con inmenso amor y ternura por José y María.
Navidad es escuela de humanidad, allí aprendemos mirando y escuchando. No le tengamos miedo a colocar el pesebre debajo del árbol de Navidad, no nos dejemos llevar por prejuicios que nos hacen creer que eso no pasa de ser solo un cuento para niños. Lo que allí acontece, nos invita a abrir el corazón y sentir que Dios nos ama, y que su amor supera todos los límites: se hace tan frágil y pequeño, despojado de todo poder y toda violencia, confiado absolutamente en nuestras manos, para decirnos que ese es el camino para superar todos problemas, que nos impiden encontrarnos, dialogar, querernos, y juntos cuidar a los más débiles.
Navidad es Dios con nosotros, despojado de poder y de riquezas, humilde y a las vez sublime, es el fundamento en el que nos apoyamos los obispos de Argentina, para decir en el reciente mensaje de Navidad: “Que nadie se sienta olvidado en esta Patria. Que los pobres, los inmigrantes, los pueblos originarios, los ancianos, los niños, los encarcelados, quienes últimamente perdieron seres queridos, los trabajadores, los que buscan trabajo y los más frágiles del Pueblo, se sientan amados y valorados en su inmensa dignidad (…) La Navidad nos invita a tener algún gesto de cercanía, de consuelo y de generosidad con algún hermano solo o necesitado. Eso nos hará más humanos. Gracias a cada uno por su entrega de cada día para que nuestra querida Argentina sea casa de todos”. Y nosotros añadimos: para que Corrientes –tan solidaria y acogedora– se distinga por privilegiar la atención a los más débiles y necesitados, y se destaque por el compromiso de cuidar el lugar que compartimos.
En ese cuadro tan humano y prodigioso que representamos en el pesebre, dirijamos nuestra mirada a la Virgen Madre. Ella, en medio de la precariedad de recursos, de la indiferencia de los vecinos, y del silencio de la noche, no cedió a la tentación del desaliento. A Ella y a su esposo José, maestros de humanidad, les pedimos que “nos concedan un gran amor a su divino Hijo Jesús”, nos acerquen la ternura de Dios, infundan en nuestros corazones esperanza y fortaleza, para que el nuevo año sea un tiempo de paz y de prosperidad para todos.
Mons. Andrés Stanovnik OFMCap
Arzobispo de Corrientes
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