Corrientes, 22 de abril de 2018
Nos hemos congregado en la Casa de nuestra Madre para conmemorar el Centenario de la Proclamación de Nuestra Señora de Itatí como Patrona y Protectora de la Diócesis de Corrientes, venidos de todas las comunidades parroquiales de la arquidiócesis, instituciones y movimientos. Felizmente, esta memoria coincide con la tradicional peregrinación de los tres pueblos: Santa Ana, San Cosme y Paso de la Patria, a quienes también saludamos calurosamente. En el año del Sínodo para los jóvenes, la pastoral juvenil arquidiocesana, convocó a los jóvenes a una jornada de reflexión, oración y de fiesta, en este querido pueblo de la Virgen, en el que se reunieron desde horas muy tempranas. Los saludamos y les decimos que estamos muy contentos de que se encuentren aquí con nosotros.
Con María, nos consagramos al Dios de la vida
El lema que nos ha inspirado para preparar esta centenaria conmemoración, dice así: “Con María, nos consagramos al Dios de la vida”. Mediante un triduo hemos contemplado a María creyente como mujer que escucha; a María orante como mujer que dialoga; y a María humilde como mujer que actúa. Con ella fuimos aprendiendo que para vivir la fe es necesario escuchar; para crecer en la oración es preciso saber dialogar; y para actuar es necesario ser humilde. Lo opuesto a una persona creyente, orante y humilde es una persona miedosa, ensimismada y soberbia. De la mano de María, la siempre Pura y Limpia Concepción, fuimos descubriendo que es bello creer y escuchar, que es sublime orar y dialogar; y que es valioso ser humilde para actuar.
A lo largo de la historia, la devoción a la Inmaculada fue recibiendo diversos nombres: La Purísima, como la llamaba cariñosamente San José Gabriel Brochero; Purísima Concepción de la Santísima Virgen; Nuestra Señora de la Limpia Concepción; y otros del mismo tono. En el año 1854, el papa Pio IX declaró el dogma de la Purísima Concepción en los siguientes términos: “… que la beatísima Virgen María fue preservada inmune de toda mancha de la culpa original en el primer instante de su concepción por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente, en atención a los méritos de Cristo Jesús Salvador del género humano”. Entre nosotros quedó definitivamente nombrada y amada como la “Pura y Limpia Concepción de Nuestra Señora de Itatí”.
Renovemos solemnemente el juramento
Hace cien años, el obispo de entonces, Mons. Luis María Niella, a la feligresía reunida en el atrio del santuario de la Virgen de Itatí, le hizo la siguiente pregunta: “¿Juran reconocer a la Pura y Limpia Concepción de Nuestra Señora de Itatí como Patrona y Protectora de la Diócesis?, juramento que contestaron conforme y afirmativamente, tras lo cual, según consta en el Acta de proclamación, continuó diciendo: “En nombre de la Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo y en virtud de la facultad pontificia que me han otorgado, proclamo a la Pura y Limpia Concepción de Nuestra Señora de Itatí, Patrona y Protectora de la Diócesis”.
Cumplido el centenario de esa solemne proclamación, y el juramento que hicieron nuestros padres y abuelos, ¿no les parece oportuno que ahora nosotros renovemos solemnemente ese juramento? Por lo tanto, a ustedes, Santo Pueblo Fiel de Dios que peregrina en esta Diócesis, les pregunto: ¿Juran reconocer a la Pura y Limpia Concepción de Nuestra Señora de Itatí como Patrona y Protectora de la Diócesis? Actualizado este juramento, cabe recordar las proféticas palabras que escribió el obispo Niella hace cien años al papa Benedicto XV: “Esta provincia argentina, fundada por la Virgen y por el famoso portento de la Santísima Cruz de los Milagros (…) parece haber sido destinada por la Divina Providencia a grandes cosas. Por lo menos Dios la ha visitado con particular misericordia, colocando en su seno dos santuarios (el de Itatí y el de la Cruz de los Milagros) como un aliciente para la virtud y como un refugio para la hora del peligro”.
María, memoria viva de un Dios cercano y amigo
Queridos hermanos, detengámonos un momento en María y en la Cruz, fundamentos sobre los que se ha edificado “esta provincia argentina”. María, tiernísima Madre de Dios y de los hombres, será siempre la memoria viva de un Dios cercano y amigo de los hombres, y una defensa contra cualquier forma de convertir a Dios en una idea abstracta y lejana. Gracias a la Virgen Madre, nosotros creemos en el Dios de Jesús, el Verbo hecho carne en el seno purísimo de la Santísima Virgen María; en el Dios que se hizo un trabajador humilde de Nazaret; en el que mostró un corazón sensible ante el dolor de una madre que perdió a su hijo; en aquel que no apedrea a la pecadora sino que la perdona; en el crucificado que no reacciona con violencia ante la injusticia que se comete contra él, sino que promete el paraíso al ladrón arrepentido; en el que ama hasta las últimas consecuencias; en Aquel, al que el Padre sostiene con todo su amor en la cruz, y lo hace surgir del abismo de la muerte, hasta donde lo sometió la insensatez de nuestro pecado. María, como una madre buena y sabia, nos enseña a escuchar a ese Dios y a reconocerlo; ella nos conduce al encuentro con Él, y nos integra a su familia de hijos y de hermanos, para hacernos sentir el gusto espiritual de ser pueblo (cf. EG 268).
Cuando reconocemos a un Dios tan cercano, tan accesible y amigo, nos damos cuenta que nuestra misión es compartir esa experiencia de cercanía y de amistad con nuestros hermanos y hermanas. Al ver a Jesús que se acerca al ciego del camino, o cuando deja que la prostituta le unja los pies, o al verlo cómo miraba a los ojos con una atención amorosa (cf. EG 269), nos sentimos también nosotros llamados a reflejarlo en nuestro modo de tratar a los otros, especialmente a los más alejados y despreciados por la sociedad. El signo de la Cruz, tan temido por unos y tan ridiculizado por otros, es para nosotros la señal más profunda y universal del amor de Dios, que no excluye absolutamente a nadie, y rescata todo lo bueno, noble y bello que hay en el ser humano. En ese signo, Jesús traza el método más humano, más eficaz y más digno para estar cerca, acoger y caminar junto con los más débiles, con los pobres y con aquellos que no cuentan para una sociedad que mide a las personas por lo que tienen y no por lo que son. La señal de la cruz se levanta como un enorme espejo para que al contemplarlo advirtamos dos cosas: ante todo, que Dios literalmente se “deshizo” de amor por nosotros y eso toque profundamente nuestro corazón; y luego, que Jesús, muerto y resucitado nos invita a seguir sus pasos, a adherirnos a Él con toda el alma, y a ser testigos valientes con nuestra conducta de ese amor que no se mide en su entrega por los alejados y por los que más sufren.
Dios nos ha visitado con particular misericordia
Esto nos ayuda a entender por qué el primer obispo dijo que a esta provincia argentina Dios la ha visitado con particular misericordia, colocando en su seno dos santuarios, como un aliciente para la virtud y como un refugio para la hora del peligro”. Como un aliciente para la virtud, para que no nos sintamos huérfanos y errantes sin rumbo en la vida, sino miembros vivos de la Iglesia, peregrinos que se cuidan unos a otros, y no dejan que la sombra del rencor, la envidia y la ambición los enfrente y divida; hombres y mujeres que aman el trabajo, la familia y se dedican con esmero a la educación de sus hijos; que defienden la vida humana desde la concepción y hasta la muerte natural, y están dispuestos a acompañar de cerca y ayudar a toda mujer que padece un embarazo no deseado para hacerse cargo de ella y de la criatura que lleva en su vientre; hombres y mujeres que atienden con ternura a sus ancianos; y colaboran en el cuidado de la casa grande donde habitamos todos. Un aliciente para la virtud de la pureza, la humildad y la prudencia, tan esenciales para gobernar bien la propia vida, convivir en el matrimonio y levantar una familia. La Cruz y la Virgen son un aliciente permanente para pedir la gracia de tener corazón puro, humilde y prudente, virtudes indispensables para todo aquel que está llamado a ejercer la función pública, a fin de que ese ejercicio realmente se oriente hacia servicio y para el bien de todos.
Antes de concluir, recordemos que hoy toda la Iglesia reza por las vocaciones, con ocasión de la Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones. Recemos por todas las vocaciones: por los que el Señor llama al sacerdocio, a la vida consagrada y al matrimonio. En este espíritu de oración, varias mujeres que pertenecen al Orden de las Vírgenes, renovarán hoy su consagración total a Dios, al mismo tiempo que todos juntos haremos nuestra consagración a la Santísima Virgen, bajo la advocación de la Pura y Limpia Concepción de Nuestra Señora de Itatí. Lo haremos junto con los jóvenes de nuestra arquidiócesis, que desde horas tempranas se reunieron para celebrar el centenario, reflexionando el Mensaje del papa Francisco con motivo de esta Jornada mundial de oración, para lo cual se centraron en tres acciones que les proponía en su mensaje: escuchar, discernir, vivir. Aprender a escuchar en medio de esta sociedad ruidosa y entrar en las profundidades de nuestro espíritu, donde Jesús habla con su voz suave y firme. Escuchar atentamente para poder discernir, que es “leer desde dentro” la vida e intuir hacia dónde y qué es lo que el Señor nos pide para ser continuadores de su misión”. Y, finalmente, para vivir la alegría del Evangelio es necesario asumir el riesgo de una elección: ¡La vocación es hoy! El llamado a la vida laical, al matrimonio, al ministerio sacerdotal o a una especial consagración, es para responder hoy con nuestro generoso “aquí estoy”, nos recuerda el Papa en su mensaje.
Concluyo recordando con ustedes que no hay refugio más seguro ante los peligros que la Cruz y la Virgen; nos hay lugar de mayor consuelo y reparación que los dos santuarios donde nos encontramos con Jesús y con su Madre; no hay misión más bella, alegre y que despierte mayor entusiasmo, que compartir la presencia viva de Jesús resucitado y de su Madre la Virgen en medio de nosotros. En la ternura de sus brazos de Patrona y Protectora: patrona para conducirnos por el camino de la virtud, y protectora para advertirnos del peligro, ponemos la vida de nuestra Iglesia particular, peregrina y misionera, y le pedimos que nos enseñe a construirla como casa para muchos, donde todos nos sintamos hijos y hermanos, acogidos, valorados e inmensamente amados por Dios. Así sea.
Mons. Andrés Stanovnik OFMCap
Arzobispo de Corrientes
Comentar!