Corrientes Católica

Homilía en la Misa de despedida de la imagen de la Virgen de Fátima

 

Corrientes, Anfiteatro Cocomarola, 30 de noviembre de 2019

Querida Madre de Fátima: ¡qué don inesperado y qué dicha inmensa fue tu presencia entre nosotros! Aún los que te acompañamos a la distancia en tu peregrinar por nuestras comunidades, sentimos cuánta gracia y misericordia fuiste derramando en nuestros corazones. Gracias al envío de videos e imágenes de “Corrientes Católica” pude seguir con honda emoción tu visita y ver cómo te recibían las personas encarceladas, los agentes penitenciarios y los directivos de los diversos centros de detención; qué hermoso fue prestar atención a los niños y niñas vestidos de pastorcitos, o los pequeños que se acercaban a tu imagen solos o acompañados de sus padres, para expresarte su cariño y devoción; cuánta esperanza y alegría despertaba la presencia numerosa de jóvenes en todos los lugares que fuiste visitando; se acercaron a tu imagen ancianos y enfermos, pobres y ricos, muy creyentes y los que no lo son tanto, pero se sintieron atraídos por tu presencia maternal; a todos nos hiciste sentir hijos y hermanos, pueblo peregrino hacia la Patria del Cielo. Gracias, Madre querida, por habernos visitado. Ayúdanos a ser mejores hijos y más hermanos de todos, especialmente con aquellos con quienes más nos cuesta. Hoy despedimos tu preciosa imagen peregrina, pero el corazón nos dice que jamás te irás, porque siempre estarás con nosotros derramando gracia y misericordia.

¡Qué providencial es para nosotros esta despedida, al coincidir con el tiempo de Adviento que hoy iniciamos! Podríamos decir que María es Adviento, es esperanza de lo que está por venir. Ella nos ha convocado hoy no solo para despedir su imagen peregrina, sino, sobre todo, para recordarnos que iniciamos el tiempo de preparación para la Navidad, para esperar a Jesús anunciado y prepararle una digna morada en nuestro corazón, en nuestras familias y en la comunidad cristiana en la que habitualmente participamos. María es la mamá y la maestra que nos enseña cómo prepararnos para el encuentro con su Hijo Jesús. Vayamos para ello a la Palabra de Dios que acabamos de proclamar, palabra que es luz para nuestros ojos y bastón para el peregrino.

En el Evangelio Jesús les habla a sus discípulos sobre los malos tiempos que se avecinan y de la urgencia de estar preparados. “El Hijo del Hombre llegará a la hora menos pensada” (Lc 24,44), y para ese encuentro es necesario vivir despiertos, dirá luego San Pablo, “porque la salvación está ahora más cerca que cuando abrazamos la fe” (Rm 13,11). También la lectura del profeta Isaías habla del fin de los tiempos e invita a todos los pueblos: “¡Vengan, subamos a la montaña del Señor!… Él nos instruirá en sus caminos y caminaremos por sus sendas”, porque llega el tiempo en el que de “las espadas forjarán arados y podaderas con sus lanzas. No levantará la espada una nación contra otra ni se adiestrarán más para la guerra” (cf. Is 2,1-5). Así vemos cómo la Palabra nos enseña que la venida de Jesús fue anunciada por los profetas; que esa venida anunciada se llevó a cabo en el seno de María, asumiendo nuestra condición humana menos en el pecado; prometiéndonos que estará con nosotros hasta el final de los tiempos, y dándonos la oportunidad para que nos encontremos con él; y, finalmente, que los creyentes hoy esperamos su venida gloriosa al final de los tiempos.

A modo de resumen decimos: Jesús vino, viene y vendrá. Y para eso es preciso estar atentos, como lo estuvo la Virgen María en la anunciación y a lo largo de toda su vida. Ella, al finalizar hoy su visita, nos deja el encargo de prepararnos para la visita de su Hijo Jesús que viene en la Navidad, que está hoy junto a la puerta de tu vida esperando que se la abras, y nos anima a renovar nuestra esperanza en la visita definitiva y gloriosa de Jesucristo, cuando con él lleve a la plenitud su Reino de amor, de justicia y de paz. Por eso, hoy frente a su imagen peregrina de Fátima, le decimos que esta Navidad va a ser diferente, que los días en los que ella nos ha visitado no fueron en vano, sino que tocaron profundamente nuestra vida.

Ante ella y con su auxilio, nos comprometemos a preparar una Navidad que se distinga, no por los regalos ni por la preocupación de los aspectos externos de la fiesta, sino porque cada día del Adviento hemos rezado más; porque tomamos la Palabra de Dios y con ella oramos y reflexionamos; porque hemos encontrado el tiempo para preparar una buena confesión y luego comulgamos retomando la práctica de ir a misa, sobre todo los domingos; y, finalmente, porque todo ello nos llevó a acercanos más con los que estábamos distanciados, nos hizo más sensibles y generosos con los pobres y con aquellos que otros desprecian y maltratan. Y así como la Virgen María, nuestra Madre, descubrió su misión escuchando en su corazón al Espíritu Santo, también nosotros nos disponemos en este tiempo de Adviento a escucharlo. Porque con certeza su luz iluminará nuestra mente y su amor encenderá nuestro corazón, para descubrir cuál es el modo concreto de preparar la venida de Jesús y de abrirle la puerta de nuestra vida.

Queridísima Virgen y Madre nuestra, Señora de Fátima, mil gracias porque nos ha visitado tu hermosa imagen peregrina. Sabemos que despedimos esa bella imagen tuya, pero la certeza de la fe nos dice que no te irás jamás y que seguirás peregrinando con nosotros hasta el final de nuestra vida. Danos la fe sencilla y honda de los pastorcitos que te vieron por primera vez, sobre todo de los santos Jacinta y Francisco; te pedimos que protejas especialmente a nuestro pueblo y a los que nos gobiernan: concédeles el don del diálogo para que todo su esfuerzo se dirija siempre al bien de todos, especialmente de los menos favorecidos, y a fomentar la amistad social, la justicia y la paz. Mira con amor de Madre a los pueblos hermanos, especialmente de Chile, Bolivia, Nicaragua y Colombia, para que puedan superar pronto los conflictos que los afligen. Con toda confianza, nos ponemos bajo tu amparo, tierna Madre de Dios y de los hombres.

†Andrés Stanovnik OFMCap

Arzobispo de Corrientes

Corrientes, Anfiteatro Cocomarola, 30 de noviembre de 2019

Querida Madre de Fátima: ¡qué don inesperado y qué dicha inmensa fue tu presencia entre nosotros! Aún los que te acompañamos a la distancia en tu peregrinar por nuestras comunidades, sentimos cuánta gracia y misericordia fuiste derramando en nuestros corazones. Gracias al envío de videos e imágenes de “Corrientes Católica” pude seguir con honda emoción tu visita y ver cómo te recibían las personas encarceladas, los agentes penitenciarios y los directivos de los diversos centros de detención; qué hermoso fue prestar atención a los niños y niñas vestidos de pastorcitos, o los pequeños que se acercaban a tu imagen solos o acompañados de sus padres, para expresarte su cariño y devoción; cuánta esperanza y alegría despertaba la presencia numerosa de jóvenes en todos los lugares que fuiste visitando; se acercaron a tu imagen ancianos y enfermos, pobres y ricos, muy creyentes y los que no lo son tanto, pero se sintieron atraídos por tu presencia maternal; a todos nos hiciste sentir hijos y hermanos, pueblo peregrino hacia la Patria del Cielo. Gracias, Madre querida, por habernos visitado. Ayúdanos a ser mejores hijos y más hermanos de todos, especialmente con aquellos con quienes más nos cuesta. Hoy despedimos tu preciosa imagen peregrina, pero el corazón nos dice que jamás te irás, porque siempre estarás con nosotros derramando gracia y misericordia.

¡Qué providencial es para nosotros esta despedida, al coincidir con el tiempo de Adviento que hoy iniciamos! Podríamos decir que María es Adviento, es esperanza de lo que está por venir. Ella nos ha convocado hoy no solo para despedir su imagen peregrina, sino, sobre todo, para recordarnos que iniciamos el tiempo de preparación para la Navidad, para esperar a Jesús anunciado y prepararle una digna morada en nuestro corazón, en nuestras familias y en la comunidad cristiana en la que habitualmente participamos. María es la mamá y la maestra que nos enseña cómo prepararnos para el encuentro con su Hijo Jesús. Vayamos para ello a la Palabra de Dios que acabamos de proclamar, palabra que es luz para nuestros ojos y bastón para el peregrino.

En el Evangelio Jesús les habla a sus discípulos sobre los malos tiempos que se avecinan y de la urgencia de estar preparados. “El Hijo del Hombre llegará a la hora menos pensada” (Lc 24,44), y para ese encuentro es necesario vivir despiertos, dirá luego San Pablo, “porque la salvación está ahora más cerca que cuando abrazamos la fe” (Rm 13,11). También la lectura del profeta Isaías habla del fin de los tiempos e invita a todos los pueblos: “¡Vengan, subamos a la montaña del Señor!… Él nos instruirá en sus caminos y caminaremos por sus sendas”, porque llega el tiempo en el que de “las espadas forjarán arados y podaderas con sus lanzas. No levantará la espada una nación contra otra ni se adiestrarán más para la guerra” (cf. Is 2,1-5). Así vemos cómo la Palabra nos enseña que la venida de Jesús fue anunciada por los profetas; que esa venida anunciada se llevó a cabo en el seno de María, asumiendo nuestra condición humana menos en el pecado; prometiéndonos que estará con nosotros hasta el final de los tiempos, y dándonos la oportunidad para que nos encontremos con él; y, finalmente, que los creyentes hoy esperamos su venida gloriosa al final de los tiempos.

A modo de resumen decimos: Jesús vino, viene y vendrá. Y para eso es preciso estar atentos, como lo estuvo la Virgen María en la anunciación y a lo largo de toda su vida. Ella, al finalizar hoy su visita, nos deja el encargo de prepararnos para la visita de su Hijo Jesús que viene en la Navidad, que está hoy junto a la puerta de tu vida esperando que se la abras, y nos anima a renovar nuestra esperanza en la visita definitiva y gloriosa de Jesucristo, cuando con él lleve a la plenitud su Reino de amor, de justicia y de paz. Por eso, hoy frente a su imagen peregrina de Fátima, le decimos que esta Navidad va a ser diferente, que los días en los que ella nos ha visitado no fueron en vano, sino que tocaron profundamente nuestra vida.

Ante ella y con su auxilio, nos comprometemos a preparar una Navidad que se distinga, no por los regalos ni por la preocupación de los aspectos externos de la fiesta, sino porque cada día del Adviento hemos rezado más; porque tomamos la Palabra de Dios y con ella oramos y reflexionamos; porque hemos encontrado el tiempo para preparar una buena confesión y luego comulgamos retomando la práctica de ir a misa, sobre todo los domingos; y, finalmente, porque todo ello nos llevó a acercanos más con los que estábamos distanciados, nos hizo más sensibles y generosos con los pobres y con aquellos que otros desprecian y maltratan. Y así como la Virgen María, nuestra Madre, descubrió su misión escuchando en su corazón al Espíritu Santo, también nosotros nos disponemos en este tiempo de Adviento a escucharlo. Porque con certeza su luz iluminará nuestra mente y su amor encenderá nuestro corazón, para descubrir cuál es el modo concreto de preparar la venida de Jesús y de abrirle la puerta de nuestra vida.

Queridísima Virgen y Madre nuestra, Señora de Fátima, mil gracias porque nos ha visitado tu hermosa imagen peregrina. Sabemos que despedimos esa bella imagen tuya, pero la certeza de la fe nos dice que no te irás jamás y que seguirás peregrinando con nosotros hasta el final de nuestra vida. Danos la fe sencilla y honda de los pastorcitos que te vieron por primera vez, sobre todo de los santos Jacinta y Francisco; te pedimos que protejas especialmente a nuestro pueblo y a los que nos gobiernan: concédeles el don del diálogo para que todo su esfuerzo se dirija siempre al bien de todos, especialmente de los menos favorecidos, y a fomentar la amistad social, la justicia y la paz. Mira con amor de Madre a los pueblos hermanos, especialmente de Chile, Bolivia, Nicaragua y Colombia, para que puedan superar pronto los conflictos que los afligen. Con toda confianza, nos ponemos bajo tu amparo, tierna Madre de Dios y de los hombres.

†Andrés Stanovnik OFMCap

Arzobispo de Corrientes

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