
En este marco, la Iglesia invita a asumir dos actitudes fundamentales: la vigilancia y la atención. Llama a despertar del sueño espiritual, de la rutina y la tibieza, dejando atrás lo que pertenece a la noche -el pecado, los malos hábitos y los vicios- para revestirse de las obras de Cristo. Pero no se trata solo de despertar, sino también de velar, como un centinela que permanece atento ante la llegada de alguien esperado.
El Adviento celebra la venida de Dios en dos dimensiones. La Iglesia reaviva primero la expectativa de la segunda venida de Cristo, su retorno glorioso; luego, a medida que avanza el tiempo y se acerca la Navidad, invita a fijar la mirada en su primera venida, ocurrida en la historia. Asimismo, llama a una vigilancia constante para reconocer la presencia escondida de Cristo en la vida cotidiana. La enseñanza subraya que el Señor viene de manera continua, incluso en medio de las actividades ordinarias, tal como Jesús explicó a los discípulos al comparar esos días con los de Noé, cuando la vida transcurría entre tareas comunes.
De este modo, la hora inesperada se oculta en la hora ordinaria. Lo eterno entra en lo temporal, y cada momento ofrece la posibilidad de un encuentro con Dios. La exhortación dirigida a los discípulos se extiende ahora a todos: mantenerse despiertos y preparados para reconocer la presencia del Señor que viene.
El Adviento es, por excelencia, un tiempo de esperanza y alegría. Esa esperanza y esa alegría tienen un nombre y un rostro: Jesucristo. Este período prepara a los fieles para encontrarse con Él en la Navidad, en el final de los tiempos y en cada instante de la vida cotidiana.
La corona de Adviento
Es esta otra de las particularidades de este tiempo litúrgico. Se trata de una tradición que simboliza el transcurso de las cuatro semanas que lo componen. Consiste en una corona de ramas (originalmente de pino o abeto), con cuatro o -en ocasiones- cinco velas.
Cada una de las cuatro primeras velas se enciende en uno de los domingos del Adviento. El encendido en los hogares puede acompañarse con alguna lectura bíblica y con oraciones alusivas. Las velas del primero, el segundo y el cuarto domingos son moradas (color litúrgico correspondiente a este tiempo) y la del tercero es rosada (en coincidencia también con los colores de ese domingo, llamado “Gaudete”, es decir, “Alégrense”, en alusión a la cercanía de la Navidad) por lo que se llega a la Nochebuena con las cuatro velas encendidas.
En el caso de las coronas con una quinta vela, esta es blanca y de mayor tamaño. Se la denomina “vela de Cristo”, y se enciende el día de Navidad.+



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