El padre Carlo Giorgi, sacerdote italiano de 57 años y miembro del Camino Neocatecumenal, vive desde hace nueve años en el Líbano y actualmente sirve en la parroquia St. Joseph Amonot, en pleno centro de Beirut. Allí, acompaña a migrantes y refugiados que llegan desde Asia, África y distintos países de Oriente Medio, muchos de ellos huyendo de la guerra, la pobreza o situaciones de abuso laboral.
Antes de responder a su vocación, Giorgi trabajó durante dos décadas como periodista en Milán, una experiencia que —según cuenta— le permitió desarrollar sensibilidad para escuchar historias y reconocer el sufrimiento detrás de cada rostro. Ordenado hace apenas siete meses, se define con humor como “un cura joven, pero viejo”.
Una parroquia que recibe a quienes no tienen dónde ir
St. Joseph Amonot es conocida como la parroquia de los migrantes de habla inglesa. Allí acuden quienes no pueden participar de los ritos orientales en árabe y encuentran una comunidad diversa donde “la misa del domingo es realmente universal”, describe el sacerdote.
La mayoría son trabajadores domésticos, obreros o refugiados que llegan al Líbano porque el ingreso es más accesible que en Europa. Sin embargo, se enfrentan a otro desafío: el sistema de la Kafala, un régimen legal que ata completamente al trabajador a su empleador. Esto permite que se les retenga el pasaporte, se limiten sus movimientos e incluso queden detenidos si pierden el trabajo. “Es una vida realmente complicada”, lamenta Giorgi, quien acompañó casos como el de una madre encarcelada durante tres meses solo por no portar documentos.
Acogida, asistencia y una comunidad que abraza
En la parroquia, la prioridad es hacerlos sentir en casa. “Nuestro párroco siempre comienza la misa diciendo: ‘Bienvenidos a casa’. Y ellos lo sienten”, afirma. Cada domingo, una comunidad diferente cocina para más de 200 personas: platos típicos de Filipinas, Sri Lanka, Nigeria o Sudán transforman el almuerzo en una celebración multicultural.
Además del acompañamiento espiritual —catequesis, sacramentos, pastoral matrimonial— la parroquia colabora con matrículas escolares, actividades juveniles y apoyo básico para familias que viven con muy pocos recursos.
La visita del Papa y el llamado a ser “hogar para todos”
Durante la reciente visita de León XIV al Líbano, el sacerdote estuvo presente en el encuentro del Papa con religiosos en Harissa, donde una empleada doméstica filipina de su propia parroquia compartió su testimonio de servicio y fe. Para Giorgi, el mensaje del Pontífice sobre una Iglesia que abraza a todos confirma el camino que vienen recorriendo: “La Iglesia es un hogar para quienes no tienen hogar. Eso sentimos cada día”.
El sacerdote destaca además la libertad religiosa única del Líbano, un país donde cristianos y musulmanes conviven y donde la evangelización es posible sin miedo. “Aquí se puede anunciar el Evangelio, aquí la fe puede ser compartida”, afirma.
“Durante la guerra, abrimos las puertas a todos”
El conflicto en el sur del país expulsó a cientos de familias que lo perdieron todo por los bombardeos. En ese contexto, la parroquia se convirtió literalmente en un refugio: albergó durante meses a un centenar de personas, incluidos muchos musulmanes.
“Vinieron porque no tenían nada y los recibimos a todos”, cuenta Giorgi. “Ellos estaban asombrados. Tres de ellos me dijeron que nunca habían visto un amor así”. Para él, ese testimonio silencioso es la verdadera fuerza del Evangelio.
El desafío de escuchar
Sobre qué puede significar la visita del Papa para un país desgastado por décadas de violencia, el sacerdote es claro: “La gente espera que el Papa ponga fin a la guerra, pero él no es un mago. Él dirá una palabra, pero debemos escucharla. Si escuchamos, algo puede suceder. Podemos cambiar los corazones”.
Para el padre Carlo, ese es el verdadero mensaje en esta tierra herida: una Iglesia que abre sus puertas, que acompaña, que acoge y que, en medio de la guerra, sigue siendo un hogar para todos.



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