Corrientes Católica

Akamasoa – África y el santo de Mdagastcar el Padre Pedro Opeka recibió con los brazos abiertos a los Obispos Argentinos

Imagen gentileza de Facebook del Equipo Nacional de Animación de Grupos Misioneros y Jóvenes – OMP

El pasado Domingo 25 de Abril 2018, en una ceremonia especial, colmada de fieles, niños y jóvenes, dieron una afectuosa  Bienvenida   a misioneros Argentinos en la persona de los obispos de la Diócesis de Santiago del Estero Monseñor Vicente Bokalic, Monseñor Fernando Croxatto obispo de Neuquén y el padre José Bokalic párroco de María Reina de Lanús.

 

El buen Dios unió a estos grandes misioneros, movidos por un ideal, el amor al prójimo, por ese mismo amor los tres pastores Argentinos en estos días por Madagascar contribuirán con la misión del padre Pedro Opeka, así mismo, las riquezas obtenidas de esta profunda experiencia, compartirán a su regreso, de este modo seguir iluminando el espíritu misionero de tantos llamados a amar sin fronteras, a ser misioneros del Amor de Dios en acciones concretas

LA ALEGRÍA DEL COMPARTIR


Akamasoa es una ciudad de Madagascar famosa por el hecho de ser creada gracias a Pedro Opeka quien prometió a los habitantes más pobres y necesitados del país africano de Madagascar que les daría una vida digna. Así fue, el Argentino Pedro Opeka empezó construyendo casas para las familias pobres que vivían en los basureros con sus propias manos. Poco a poco construyó la actual ciudad de Akamasoa con sus propias manos y la ayuda de jóvenes de Madagascar con más de 20.000 habitantes. Akamasoa significa “Buenos amigos” en malgache.


 


BIOGRAFÍA DEL PADRE PEDRO

“El misionero de la Congregación de San Vicente de Paúl, Pedro Pablo Opeka, en 1970, con sólo 22 años de edad, llegó por primera vez a la isla. Hijo de eslovenos que emigraron a la Argentina tras la II Guerra Mundial, inició una historia de vida consagrada a los pobres y desposeídos que se extendería por más de 30 años en Madagascar“.

Fue ordenado sacerdote en 1975 y retornó a la isla africana para hacerse cargo de la parroquia de la Misión de Vagaindrano en la selva oriental del sur de la isla. Durante 15 años se dedicó a la formación de cientos de jóvenes. Acostumbrado a vivir entre la gente humilde y necesitada, y debido al carácter inhóspito del lugar, contrajo diversas enfermedades estomacales incluso el paludismo.

En 1989 tuvo que dirigirse a Antananarivo, la capital de Madagascar, para hacerse cargo del seminario de los lazaristas. Ante la miseria que vio, el Padre se dijo: “tengo que hacer algo, esta gente no puede vivir así, Dios no lo quiere, son los hombres los que lo permiten, sobre todo los políticos que no cumplen lo que prometen”.

“Una mañana, a mediados de 1989, Pedro se subió a su moto y partió hacia las colinas de Ambohimahitsy, donde la gente vivía en casas de cartón próximos al basurero municipal, en un estado que describiría como de un verdadero ‘infierno’. Violencia, prostitución, consumo de drogas y alcoholismo, eran moneda corriente para aquella gente que repartía su vida entre los vicios, la mendicidad y el cirujeo en los basurales. Un hombre lo hizo pasar a su casucha de cartón de 1,20 m. de altura”.

“Allí dentro, frente a un pequeño grupo, el padre Pedro les dijo: ‘Si están dispuestos a trabajar, yo los voy a ayudar‘. Palabras que marcaron desde el comienzo la filosofía de su obra, centrada en el trabajo y la educación. Y la gente aceptó la propuesta, dando comienzo a ‘una historia de amor o aventura divina’, como la define el padre Opeka”.

Con la colaboración de jóvenes universitarios, muchos de los cuales él mismo había formado en su parroquia del sur de la isla, nació la Asociación Humanitaria Akamasoa; que significa en malgache “Los buenos amigos”, con el objetivo de servir a los marginados y excluidos.

Silveyra explica que luego de 16 años de intenso esfuerzo, unas 17 mil personas viven en los cinco pueblos de la Asociación; 8 mil 500 niños asisten a las escuelas; 3 mil 500 personas trabajan en distintas actividades de Akamasoa, desde la explotación de canteras, fabricación de muebles y artesanías, hasta la prestación de los servicios comunitarios: educación, salud y mantenimiento.

“Cada pueblo cuenta con su dispensario y acaban de inaugurar un hospital. Más de 200.000 personas (el 1,5 por ciento de la población del país) pasó por su Centro de Acogida, donde reciben ayuda temporal y son encaminados a reorientar sus vidas”, relata.

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